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  • Foto del escritorBOSCO GONZÁLEZ

DE LA RELACIÓN AL ENCUENTRO Y VICEVERSA*

Encontrarse no es el mero hecho de dar con otra persona como un tropiezo; tampoco es concertar una cita y verse las caras sin más. Para que la amplitud del encuentro esté presente en la experiencia de estar junto a otras personas es necesario que se den algunas condiciones:

Predisposición. No hay encuentro posible si no estoy abierto a que este se produzca en cualquier momento. A veces uno no tiene ganas de encontrarse con nadie, otras veces sí y otras no piensa en ello; esta última circunstancia es la más adecuada para el encuentro, sobre todo porque permite extraer de él toda su riqueza. La predisposición supone una actitud receptiva a la posibilidad de hallar a alguien, cercano o no, y entablar una conversación; no se trata del simple hecho de concertar con otra persona una cita y tampoco, evidentemente, de evitar que ciertos individuos me vean para no tener que entablar esa misma conversación. Se trata de la espontaneidad y, como en el fondo nada hay fortuito en el universo, el encuentro proporcionará frutos que ni siquiera se sospechaban.

Hallazgo físico. Ciertamente, el punto de partida debe ser este. Se trata de establecer contacto con nuestros sentidos, bien porque así lo hemos programado o bien porque el hallazgo, simplemente, se produce. Cuando mis sentidos lo perciben, le reconozco, y nuestros cerebros dialogan a través de las maravillosas neuronas espejo. Para que esto suceda uno tiene que estar frente al otro, de lo contrario, los múltiples lenguajes que intervienen en la comunicación no pueden apreciarse, lo cual significa que no estoy pudiendo encontrarme con usted plenamente, porque no puedo establecer comunicación dado que me es imposible leer e interpretar los mensajes que me envía. Hoy en día las redes sociales en Internet se han convertido en el espacio propicio de encuentro para muchas personas; se trata igualmente de un medio físico en el que nuestra imagen y nuestra voz o, al menos, nuestros pensamientos, pueden exponerse. Pero, ¿se produce realmente el encuentro? Oigo hablar con frecuencia de las dificultades que entraña el envío de mensajes con gran contenido emocional a través de las redes sociales, los smartphones y demás medios tecnológicos. Cuántos malentendidos a la hora de interpretar esos breves textos de vocablos mutilados... A través de estos se produce tan solo un intercambio de ideas que, aunque estén vestidas con los ropajes de la mejor reflexión, carecen del ingrediente fundamental del encuentro humano: el contacto sensorial. Alguien puede referirse ahora a los soportes virtuales que permiten la transmisión de imágenes en tiempo real entre dos personas mientras mantienen una conversación. Sí, pero no basta con “vernos la cara” simplemente; nuestra biología precisa de todos sus recursos para la relación y, por eso, la participación de nuestros sentidos, de todos ellos, es indispensable para que exista un encuentro verdadero. Si no lo tengo ante mí, no puedo saber cómo se siente y mucho menos interpretar la información que nuestros cerebros podrían intercambiar a través de nuestros cerebros; a lo único que puedo aspirar es a saber qué está pensando, siempre y cuando sus pensamientos se correspondan con lo que está escribiendo en el aparato en cuestión, de lo contrario es imposible que se produzca un encuentro completo, por mucho emoticono que utilice para trasladar una emoción o un sentimiento.

Receptividad.Solo si somos receptivos la comunicación será verdadera. Ello implica una actitud de apertura hacia lo que la persona con la que estoy pueda aportarme, sobre todo si tenemos en cuenta que esta actúa como espejo de uno mismo. Si soy receptivo veré al otro y me veré a través del otro; me permito, además, ser visto, abandono mis defensas y mis resistencias y me brindo con todo mi ser a la dinámica que produzca ese encuentro concreto.

Reciprocidad. El encuentro es un ámbito de intercambio, una forma de simbiosis que permite que la experiencia sea rica y productiva. Se trata de ser en y con el otro o los otros, de modo que ambos nos expandimos en nuestra conexión, de la cual también ambos recibiremos algo nuevo.

Amoralidad. Que el encuentro sea una realidad no significa que sea una experiencia placentera ni agradable. En este caso los juicios morales al respecto carecen de sentido. Puedo tener un encuentro verdadero con alguien en el que participen todos los elementos que hemos descrito y se activen todos los procesos que ahora sabemos que tienen lugar y, sin embargo, tratarse de una experiencia desagradable. La alegría y el bienestar no son cualidades inherentes a la realidad del encuentro. Puedo encontrarme con usted y discutir con tal vehemencia que la experiencia me provoque un verdadero malestar, pero si ha habido receptividad, si nos hemos permitido sentirnos y escucharnos y, además, hemos dejado que el otro llegue hasta mí con todas sus consecuencias, el encuentro se ha producido plenamente.

Honestidad. Esta es la clave. No hay comunicación posible sin honestidad, por tanto, para que haya encuentro la honestidad debe ser moneda de cambio entre las partes.

Como vemos, el encuentro requiere del ámbito de la relación. Sin relación no es posible el encuentro y viceversa.

Vivimos en un mundo acelerado. La sociedad de nuestro tiempo polariza cada vez más sus extremos y, mientras contemplamos grandes acciones humanitarias y llamamientos a una nueva forma de vivir basada en el respeto hacia la naturaleza y la garantía de los Derechos Humanos, asistimos perplejos a los más trágicos ejemplos de barbarie humana. Esta polarización encierra igualmente una forma de contradicción generalizada que se va extendiendo más y más en nuestros comportamientos, a través de las diversas manifestaciones culturales y, sobre todo, a través de los medios de comunicación. Esta es la era de la división, pero de la división del ser; no importa que ahora más que nunca unamos nuestras fuerzas en favor de grandes ideales; quien está dividido es el ser en sí mismo que, además, vive su vida desde esa división. La división engendra contradicción y esta, a su vez, dificulta el encuentro humano, demasiado contaminado de lo que llamamos intereses personales. Divide et impera; ¿quién o qué nos aplica esta fórmula? Decían Max Horkheimer y Theodor Adorno que «la historia de la civilización es la historia de la introyección del sacrificio; la historia de la renuncia» (Dialéctica de la Ilustración. 2001, pág. 107). El ser renuncia a sí mismo en beneficio del sistema, al cual se somete; el sistema sistematiza, por lo tanto, divide y organiza. El ser sometido al sistema es un ser dividido y en plena contradicción.

Por la contradicción el hilo conductor entre nuestras emociones, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestros actos se rompe con excesiva frecuencia, y lleno está hoy el mundo de ejemplos: la corrupción política, la proliferación de familias disfuncionales, los fundamentalismos, el abandono, el absentismo escolar, la erotización extrema de la cultura... Es el problema del vivir en una sociedad neurótica, como afirmaba Erich Fromm. Todo se vuelve un conflicto de intereses; estos están basados en apetencias y aversiones, una estructura prejuiciosa que enajena al individuo de la realidad en la que opera para, en el vano intento de adaptarla a sus designios, fabricar un mundo paralelo en su propia mente a partir del cual construir una identidad inspirada en las múltiples formas de ser que le sugiere el sistema. Hasta la rebeldía está prevista incluso en su estética. Es una sucesión de trampas que niegan la unidad del ser. Si esta se diera, este obraría siempre en favor de sí mismo en tanto que tal, es decir, en favor, igualmente, de los demás, de quienes forma parte. Pero no es así. ¿Cómo va a ser fácil el encuentro humano puro en estas aterradoras circunstancias?

Ante la dificultad de verse expuesto —dada esta fractura profunda que padece— el individuo, atenazado por sus temores inconscientes, busca salida para satisfacer el natural impulso de la relación y, así, utilizando la tecnología, de pronto nos sumergimos en las redes; el chat,en sus diversas variantes, se convierte en la plaza, el parque o el bar a donde ahora acudimos a encontrarnos y compartir la vida, pero no en vivo. Ya no hay cartas, sino e-mails; no hay emociones, sino emoticonos; ya no hay voces en relación, sino un texto digital precedido de un indicador que anuncia la última vez que estuve conectado a la red. Pero en todos, sin excepción, aguarda latente la capacidad del encuentro puro.


*Fragmento del libro ESTA VOZ ES NUESTRA; CONVERSACIÓN CONSCIENTE.



Fuentes:

- Theodor Adorno. Introducción a la Sociología. Gedisa. 1996.

- Eric Fromm: El arte de amar. Paidós. 1990. El humanismo como utopía real. Paidós. 2003.

Del tener al ser. Paidós. 2007.

- Daniel Goleman. El cerebro y la inteligencia emocional: nuevos descubrimientos. Ediciones B. 2012.

- Max Horkheimer y Theodor Adorno. Dialéctica de la Ilustración. Trotta. 2001.

- Carl Gustav Jung. Los Arquetipos y lo inconsciente colectivo.Trotta. 2002.

- Herbert Marcuse. El hombre unidimensional. Ariel. 1998.

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